miércoles, 21 de septiembre de 2016

JAVIER SÁNCHEZ DURAN "MAR DE AUSENCIAS"

 ...Emborrachó mi infancia con olores, sabores y recuerdos perdidos
en los jardines secretos de mi alma...


Javier Sánchez Duran recuerda vivir en un jardín.
Esta frase está dedicado a su tío Juan, su padre en su primera infancia, cuando su corazón se hizo pueblo.
Sin embargo yo presiento una infancia navegando en su mar de ausencias, quizás sin él ser del todo consciente del peso tremendo de las ausencias en la que nace ya; soñante de su pecho de luna, los besos de su madre.

Es esta sensación la que extraigo de su poemario, la ausencia como sentimiento predominante, como un latir profundo, mientras él se debate en un acumular nostalgias, por no mirar al fondo vacío que pudo provocar el exilio del mayor sentimiento.

Murmuran canciones
que tú me cantabas
cuando yo era promesa
en tu vientre de nieve.

Nunca disfrutó del arrope extraordinario de una nana en la noche, de un cariño con ternura infinita, esa que ronda como una hada en cada poema, como un perfume a campo de ropas amarillas, cuando el viento mesa suave la larga cabellera de los alisos.

Javier deja estructura de naturaleza en cada página, como un arquitecto de lo interior, del cálido sabor que esconde un puente viejo, al que abraza la yedra, se arropa con el entorno al que da entidad y se enamora. Eso hace un alma sensible. La belleza como premisa para sobrevivir, lo natural como estandarte y bandera.

Javier nos abraza y nos mima, es ese profesor que quiere al hijo que vislumbra en cada alumno. Su poema es coherencia y recato, con ese saber organizar secuelas y envites, amor y sentimientos, como el mejor transmisor del mundo, el buen maestro que ama con total devoción su trabajo y su vida.

El poemario es Javier en esencia y sin mácula, libre de todo subterfugio.
El poemario es un latido caluroso en la bienvenida del mejor verano cuando afuera hace frío.

Javier nos ofrece el arrope que le ha ido robando las agujas del tiempo, cansado de tanto expolio, él se revierte en afecto, trueca dolor, ausencia, y añoranza, mirando de frente la felicidad de la que ha sido portador y la acumula a raudales en el claro valle de sus ojos, no puede ocultar que en su mirada se mece el vino, la siembra, el beso, el sueño cumplido de una vida plena, y entonces las briznas le preceden por todas partes, y tatúa la frase que te deja prendida, a punto de ser alma, para besar el alma de quien le lee y le disfruta.

Javier es la ternura en palabras mayúsculas, no quiere frases mal sonantes que te duela al oírlas, por muy duro que sea el mensaje del poema, por muy lúcido que se exprese, siempre lo hace con palabras cómodas y agradables, con música de agua y ecos de su sierra encantada, fotograma de su mundo interior, su mar y su sierra, su playa y su huerta, su espuma de olas besando las hojas nuevas y el canto de los mirlos que juegan en la primavera cuando revienta mayo.

El autor de este poemario es la normalidad del tiempo que encamina los pasos del poeta y se hace rima al paso de los años, sabiéndose no inmune al delicado devenir, y llenando sus alforjas de la plenitud del tiempo y del espacio que le ofrece la vida, para no llegar a término sin haber sentido la belleza, lo suficiente.

Javier en sí, es poema.



lunes, 19 de septiembre de 2016

cuando llueva

Espuma la armonía, dentro.
Rebusca en el trasluz de los espejos
si las fracciones no te ofrecen la luz
y los instantes.

No te enerves, regresa al alma
cúbrete con  el chal de los distintos,
y clava el tacón dispuesto a pronunciarse.

No te detengas, no pares,
no cambies nada del gesto,
ni la facción. Deja que el viento…

Rezuma el latir, no cejes,
muda el color en los iris de los ojos
de aquellos que no sepan mirarte.

Inaugura un bosque de esquejes nuevos,
donde las manos se cojan unas a otras,
y todos seamos árboles creciendo
al cielo ramas repletas de ternura en sus hojas.

Disfruta de las ansias sin disfraces ni secuelas,
y cuando llueva…, siente el agua
que moja los laberintos y continúa… 




bailamos a oscuras

En los pliegues de la ropa cuando te vistes,
en las horquillas que te prendes,
sobre el mármol frío donde dejas tus cosas
cuando el espejo te mira a los ojos.
En el lugar preferido de tu sofá,
en las teclas negras de tu desahogo,
sobre los álbumes que te cuesta hojear…
sobre las hojas de tus poemas,
dentro del poema, en su destilería…
En el zócalo inquieto de tus zapatos,
en el tacón pendenciero,
en tu pelo revuelto cuando duermes,
en el sueño profundo y en el urdir a solas.
Entre todos tus libros, tus hilos de colores,
en el cajón de tus encajes 
donde está la huella de tus noches 
y el aroma de lo más tuyo.
Quiero pensarme allí, 
que la distancia es tan sólo una estación
al paso de los trenes...,
una manera de llamar al punto 
que interfiere entre ambos
cuando realmente bailamos a oscuras
y un paso y otro y otro...



El ascensor

Regresaba al mismo edificio, y me dije,
no puede ser, volvérmelo a encontrar…
Y casi nos chocamos al pasar al vestíbulo.

Mi sonrisa se presentó sin avisar.
Él me devolvió la suya, más comedida,
casi a medias, ladeada en el gesto.

El ascensor llegó de improviso,
no sé en qué estaríamos pensando.

Ambos íbamos a la décima planta.

Su mirada de plomo se incrustó en mis pestañas,
oscura y hemostática, o quizás lacerante
como un tajo que cruza…,
tanto que presentí su desborde a mi escote.
Me miró de tal forma que su rozarme
lo presentí en mi espalda,
recorriéndome ladera abajo, como la fiebre
de abajo a arriba..., con sus ojos de lobo,
con mi piel de leopardo, con mi locura intacta,
con su temblar de infierno,
concibiendo nirvanas a la vez, con ese juego….

Y mi mano a un paso de alcanzar los tramos
de su insensatez y la mía, de acariciar su pecho,
en el mezclar mis dedos en su melena, estaba.
Gozando el aceituna de su mirarme a solas…
Mi sombra colapsada en la lujuria
que embadurnaba la puerta de salida,
y el espejo oportuno que me ofrecía la imagen
de su vaquero azul.

Y puede, que, su mano en mi cintura,
elucubrara, y sus locas ideas saltaran en pedazos
al mismo tiempo que sus ojos continuaban
rompiendo los márgenes y los sometimientos. 
Sus labios a mi boca, pensaría, supongo,
su lengua suplicando que jamás
alcanzáramos la décima planta.

Pero se detuvo el ascensor maldito.

Me dejó pasar a mí primero,
su aliento desde tan cerca que..

No le he visto más.
Hoy vuelvo.


sábado, 3 de septiembre de 2016

disección DE UN CADÁVER


 (Poemario A PUNTO de publicarse)

POLVO
El evangelio urbano según la Cinti
Augusto Thassio S. Gómez de los Infantes

...Esquivo las manadas
de cabrones sumisos,
vitoreo la bravura
de motores rugientes
y pongo banderillas
a los paso de cebra...


...Los hijos que no tuve
me tiran de las ropas
se me agarran del cuello
procurando caricias
que ahogué entre las aguas
estancadas del miedo...


Hacía tiempo que Cinta había muerto, mucho antes de su miedo, de su rabia, de su delincuente manera de morirse, poco a poco, como se deteriora una flor en solo una primavera, con esa lentitud urgente y lógica, cuando cada día se pronuncia una muerte, una huída distinta y miserable, en la visibilidad de su entrepierna, de su muslo,  por los caminos abiertos de su piel y a los ojos de aquellos que nunca la miraron.                        

Augusto Thassio disecciona el camino hasta hacerse arteria putrefacta, el olor nos mancha hasta los huesos. El poeta continua escarbando en las heridas que salpican palabras malsonantes, rimas pintadas de la cruda realidad cuando el dolor, el miedo, no encuentra ya lugar en el pecho, ni la lágrima. Cuando el alma se vuelve sólo coño entre las piernas a la vista del mundo y sus secuaces.

Tremenda manera de vaciar un cadáver. Intensa autopsia de una mujer expulsada del trozo de paraíso que a todos nos pertenece, y expuesta al cadalso cotidiano de las calles, entre semáforos naturales, donde la humanidad no encontraba hueco ni soltura, entre secuencias mundanas, exigibles al latir de un ciudadano cualquiera. Ella no lo era, sin derechos,  muerta, mientras el rojo de su sangre se iba volviendo negro y el aire nunca fue aire, más que viciado elemento para seguir su ruta hasta el ataúd que le imponía cada paseante.
Nunca una sábana se volvió tan urgente como en este poemario, donde el lupanar lo lleva a cuestas la protagonista, en los hombros.  El pánico es vivir, seguir latiendo, mientras los ojos se vuelven testigos incapaces de sentirse por dentro.
Valiente y descarado el poeta, se mimetiza, se inmiscuye en la oscuridad sanguínea, en el voraz apetito de horas y minutos, mermados de briznas (la muerte llevó siempre la ventaja) por los territorios opacos por donde viajaba la protagonista, hasta dormirse un rato en el corazón de la Cinti.
Testigo único, el autor, de su morir viviendo. 

...Cagándome en la madre
que parió a medio mundo,
les grito en desafío que imiten
mi desgarro de himen.
Y se unten el dedo con saliva...

El contador de historias desvergüenza al verso para hacernos partícipes de la caída al abismo que propone el vicio blanco, suave, atractivo, disfrazado de paz en la encubierta forma de proponer un secuestro inacabado. Consigue, en su rima apócrifa, que todos al mismo tiempo seamos la Cinti, cuando la fluidez nos convierte en secuestrados anónimos del blanco poder en forma de Polvo.

...La Luna está preñada.
Y yo jodida.
En las esquinas de los malos ratos...
.
Magnífico, Augusto Thassio.

Ana Deacracia.