lunes, 19 de septiembre de 2016

El ascensor

Regresaba al mismo edificio, y me dije,
no puede ser, volvérmelo a encontrar…
Y casi nos chocamos al pasar al vestíbulo.

Mi sonrisa se presentó sin avisar.
Él me devolvió la suya, más comedida,
casi a medias, ladeada en el gesto.

El ascensor llegó de improviso,
no sé en qué estaríamos pensando.

Ambos íbamos a la décima planta.

Su mirada de plomo se incrustó en mis pestañas,
oscura y hemostática, o quizás lacerante
como un tajo que cruza…,
tanto que presentí su desborde a mi escote.
Me miró de tal forma que su rozarme
lo presentí en mi espalda,
recorriéndome ladera abajo, como la fiebre
de abajo a arriba..., con sus ojos de lobo,
con mi piel de leopardo, con mi locura intacta,
con su temblar de infierno,
concibiendo nirvanas a la vez, con ese juego….

Y mi mano a un paso de alcanzar los tramos
de su insensatez y la mía, de acariciar su pecho,
en el mezclar mis dedos en su melena, estaba.
Gozando el aceituna de su mirarme a solas…
Mi sombra colapsada en la lujuria
que embadurnaba la puerta de salida,
y el espejo oportuno que me ofrecía la imagen
de su vaquero azul.

Y puede, que, su mano en mi cintura,
elucubrara, y sus locas ideas saltaran en pedazos
al mismo tiempo que sus ojos continuaban
rompiendo los márgenes y los sometimientos. 
Sus labios a mi boca, pensaría, supongo,
su lengua suplicando que jamás
alcanzáramos la décima planta.

Pero se detuvo el ascensor maldito.

Me dejó pasar a mí primero,
su aliento desde tan cerca que..

No le he visto más.
Hoy vuelvo.