viernes, 19 de agosto de 2016

Paul Newman

Una noche aburrida…
Paul Newman me ofrece un ágape.
Llevo años sin perdonarle. Jamás lo haré.

La gata sobre el tejado de zinc "caliente".
Buen menú, me digo.
Caliente (España le enfrió el vocabulario).
Caliente, como las lentejas de la madre de Estela…
Caliente como el dolor que desprende la película
adosando hígados a los ojos.
Como el sabor a dinero, caliente,
pegado al cielo moribundo de la boca, sin estrellas.
Humo.

Caliente, como las actitudes humanas y el vómito
cuando la vida se acaba, y sientes las minúsculas partículas
de la nada haciendo estragos en tu estomago.

A la temperatura de Paul mirando a la mujer de los ojos violetas,
con ese azul de plomo pespuntando cuerdas insolentes,
lagos en el deseo enhebrados los dedos a los dientes.

Caliente hasta el karma, me digo yo,
la herencia, el instinto,
la raíz primera que nace antes que nosotros.

No le perdono, no, no le perdono el beso desleído,
el atavismo de su boca en el disimulo.

Debió besarla de otra manera, absorberla.
Continuarla, desbaratarla al paso de su marcar de acero,
anudarla con saliva a su carencia.

Lluvia a la corriente alterna que les concurría a pedazos
como nuevo río de todos los ojos ávidos, mirándoles.

Comerse el beso, saciarlo de placer, vivirlo o matarlo. 
Romperla como se besa a quien amas por última vez. 


Ana Deacracia