Presentación
en Café cultural Trébol
Santiago
Aguaded Landero.
"El
indigente Andaluz" En el laberinto
de Carrefour.
Todo
podría quedar dicho con tan sólo una frase, iluminadora de las Ausencias que el
autor predica como cantinera insustituible.
Todo
quedaría dicho con una simple frase que nos ubica en la administración de la
muerte continuada de la vida en esta sociedad decadente y autista.
Todo
en una frase que se recoge en una de sus anteriores obras "El libro de
fuego"
Dice
Santiago:
¿Quién
vigila al vigilante?
El
vigilante zafio que organizó las tripas de este mundo, producto de nuestra
necia manera de delegar…
Dimos
hacienda y licencia, irrecuperables.
Y
entonces ofrecimos el alma de forma voluntaria.
Me
atrevo a apuntar que eso ha sido los más terrible que ha hecho el ser humano.
DELEGAR.
No
es el desahuciado, el indigente, la victima atroz que reconocemos hoy, causa y
producto de este capitalismo brutal e impudoroso que nos ataca en esta guerra
encubierta, o cara descubierta para algunos.
No
se trata de él, del indigente al uso.
No
solamente él, el desahuciado visible, la consecuencia de nuestro miedo. Miedo
como estructura fundamental del sistema. Zapata arquitectónica que asumimos
desde la más terrible aceptación, sin análisis.
No
importan las balas…, mientras que el pecho sea de otro, cuando la realidad es
que siempre nos dan en el pecho.
El
miedo nace ahora con nosotros como instrumento para la organización y
reorganización, que no en pro de nuestra defensa, como lógica intención del
dios de las cosas.
Miedo.
Ese que se vislumbra y te ataca en ese poemario.
No
es el indigente, este andaluz de Carrefour, ese que miramos de soslayo,
cruzando los dedos para no serlo nunca, o mirando para otra parte, prepotentes
en la seguridad de que jamás seremos parte del desastre, cuando somos desastre
en palabras mayúsculas.
Ese
es el desahucio al que el autor se refiere. La actitud de todos y cada uno de
nosotros ante el embargo de nosotros mismos.
Él
es el indigente…, moribundo viviente en esta sociedad precocinada.
Se
muere, el autor, entre Ausencias ¿Exilios/Distancias/Vacíos? venidas y
prevenidas, en una constante secuencia de arritmias, donde le duele las sombras
y las luces, donde todo es desgarro.
CUERPO
DE SOMBRA,
en el Carrefour existencial de las evidencias.
Cuerpo sin piel, en la realidad-ficción sin
decoro. Ese soy yo:
el que descubre luces y las cuenta. Luego las
escribo en un cuaderno
de notas donde, algún día, algún sabio fugaz
deducirá
la unidad de los contrarios: luz y sombra,
presencia y ausencia.
Mi existencia escrita, con el claro pensamiento
del diálogo, aún
sin diálogo. Este cuerpo de sombra, con sus
claros deseos de
SAL y amor, frente a la fragua del lenguaje. Esa
flor inmaterial,
que conjuga disciplina y transgresión y
controla, con la absoluta
precisión de un experto lanzador de cuchillos,
mi espíritu
contumaz, acostumbrado al Dolor, al Olvido.
Dolor, Olvido, protagonistas tangibles y
tantas veces esa Ausencia, como decapitador absoluto de la vida. Ausencia
limitadora y alquimista, por el poder que imprime en la palabra…
Ausencia… consciente de que solamente vivimos
en decadencia, en la muerte lastimera en la que latimos, él y su necesidad lacerante de calmar su hambre.
El hambre de todos, es el hambre de todos, aunque el resto no lo grite.
Él es el indigente,
protagonista y referente del ciudadano del mundo y de sus cosas… Consciente de que
nada necesita más que la propia vida, tiempo, amor y condescendencia, en su
desdén/afinidad lúcida hacia la SAL en todos sus aspectos, SAL, como concreto
acrónimo de su propio nombre, como imagen perfecta con la que se sustituye a sí
mismo.
Dice Santiago: Busco su piel ungida por la tristeza de las serpientes
de SAL, y como digo, dejándome absorber por la magia
de la palabra podría ser él la serpiente de sal, inoculando tristezas, cuando
es inevitable…, o sal, como salario/esclavitud, en esa asociación de la
palabra, enorme bola de nieve. Visión para los ciegos, en la necesidad de no
sentirse solo en un mundo que se resbala en sí mismo.
El
hambre del mundo…, la equivocación de la idea. El contexto hilvanado en madejas
confundidas, en parámetros otros, diferentes al hambre verdadera en la que
adolece el hombre/la mujer, sin querer mirarse, porque nos miramos solamente el
ombligo como punto álgido al que nos
aboca el proyecto.
LA
PUBLICIDAD del hambre/la carne me
acerca
un instante al límite del Carrefour.
Mas enseguida veo la trampa que el tiempo nos
tiende. ¿Qué
es el hambre? ¿Una ilusión de movimientos
peristálticos o el
simulacro real de un estómago enfermo? Ellos
siempre llevan
el insulto en los ojos y en los labios el
eufemismo. ¿Qué haremos?
El tiempo no es más que el vértigo profundo de
una idea
y nosotros somos muchos y tenemos mucho tiempo.
Porque
existen flores enfermas que mueren en los
suburbios, escribo.
Porque el futuro es un fusible fundido. Porque
nos gobierna
la muerte y el humo de muestras hogueras prende
en el olvido.
Porque Luna se ha perdido en el laberinto del
lucro. Porque la
verdad es un virus un veneno diluido en una
infusión de valeriana.
Porque la estética no me convence como forma de
resistencia:
por eso cierro los ojos y veo la piel púrpura de
la
lepra en mi cama de cartones. Por todo esto y
más, resisto, resistiré.
Hace de conciencia, el autor, una
constante idea que persiste en cada página, abriendo los laberintos a los que
estamos sujetos y provocando ecos concatenados en la ilusión de que su lectura
fructifique y provoque la animadversión/adhesión a la verdadera luz de esa SAL
gobernadora.
Y para ir concluyendo quiero hacer
hincapié en un extracto muy clarificador de una de sus prosas, que resumen el
lugar perfecto en el que instalarnos en ese NO-LUGAR de este CARREFUR
imaginado/real en el que vivimos.
Dice Santiago en su CARMEN DEL
INDIGENTE INSULAR, que así se titula la prosa que nombro:
Si escogiera, si pudiera escoger
el camino, el destino o el amor; si escogiera hoy, volvería a elegir la
pobreza, nacer con la memoria del AGUA y la TIERRA.
Ese sería un perfecto inicio al
mundo de los hombres.
Y me vais a permitir otro pequeño
fragmento, no soy capaz de cerrar esta presentación obviando otro comentario
para mí muy especial. Es un trocito que me causa una punzante ausencia…, por de
quien es el personaje a quien se refiere, y por el significado concreto para
mí.
Hay mendigos, dice Santiago, como
Josefito Figuraciones, que conocen las pérdidas del cielo y por eso lo mira con
un calidoscopio de metal para recordar a su madre también mendiga.
Permitidme una licencia: Josefito
era un personaje de Juan Ramón Jiménez, lo digo para quien no lo sepa. Él se
esconde detrás de su invención, y desde él le dedica a su madre la frase más
bella del mundo.
Y yo con la intención de terminar,
con amor y esperanza en el ser humano, esa necesaria sensación, como aire para
la supervivencia, creo que sería reconfortante terminar citando al poeta.
Decía Juan Ramón de Josefito, de
su madre, cuando miraba por su caleidoscopio.
"se caían musicalmente
unos cristales y aparecía una madre suya bordeada de colores transparentes"
Ana Deacracia