PRESENTACIÓN DE LA OBRA DE JUAN
ANTONIO GUZMÁN
(...Y
yo que sólo quise,
después
de haber nacido,
sencillamente, ser).
Bonares,
el poeta dice así cuando habla de su pueblo:
Mi pueblo vive al lado del tinto, río
Tinto, y de otros pueblos blancos. Su
nombre significa: Buena cosa. Su escudo lo componen: un fondo verde
campo, cuatro pámpanos de oro de cepa vendimiada y la expresión de un lince
mirando de frente.
Al despertar los días, mi pueblo
despereza un aliento de arcilla, de pan, de aceite y mosto.
Siempre que desayuno un tostón
calentito, parece que me como la esencia de mi pueblo….
Respeto
y añoranza a su pueblo desde la visión de aquel niño que fue, su ingenuidad perdida
en los años, que nos la roban incluso desde la licencia.
Me
gustaría encontrarme
en
un jardín del mundo
al
niño que maté con mi experiencia
para
darle la mano,
para
comprarle un globo,
para
sentirme necio y sin respuestas
a
su montón, sin orden, de preguntas;
para
llenar mi cuerpo de barcos de papel
y pasear, unidos, ilusión y nostalgia
Me
deshizo el poema que escribió con poco más de veinte años, y que recitó en
Almonte. La primera vez que nos veíamos.
Envidié
a su madre, en ese momento…, me hubiera encantado que mi hijo hubiese escrito
algo parecido a esa edad, pero por otro lado era evidente que observar de esa
manera el mundo, es abrirte en canal demasiado pronto.
Así,
con desparpajo, sonríe ese niño
tras
jugar con el barro de las primeras lluvias,
sin
saber que una nube se despertó llorando,
sólo
ve que este mundo le ha manchado las manos
al
hacer despacioso su primer valibache*.
Todos
vimos perplejos la pureza abatida.
Se
estremeció el espíritu tras masticar limón...
Y
los dientes de leche convirtieron la estopa
de boca agonizante en un cielo lunario.
Uno
de sus tantos poemario "Universo y verso"…
donde
aúna varios de ellos, me ha dado la oportunidad de ahondar en su alma.
Valoro
a los poetas por lo que me dan, y transmiten, no soy crítica ni mucho menos.
Solamente soy percibidota del verso e indagadora del mensaje. Me inmiscuyo y
navego.
Juan Antonio Guzmán, se da entero y nos llega
desnudo con todo su tremendo equipaje.
Su
poemario me estalló en las manos…, de golpe me sugirió pintarme la cara con sus
frases, llenarme de guerra, de ansias y rebeldías, de alarmas gritadas desde el
corazón.
De vida observada con cientos de ojos, y
convertidas en poemas, con su belleza azul, y una sensibilidad inesperada, suave,
como la rima más exquisita. Fuerte, como el golpe más certero sobre la mesa.
Entonces es cuando me reafirmé, cuando me
contagió la enfermedad de su verso, es UN POETA JUAN ANTONIO GUZMÁN.
Cuando
el viento de un día arrastre ante tus ojos
el
cansancio de un hombre envuelto en su añoranza
con
el rostro marcado a fuego por la angustia,
no
le mires su pecho hacia dentro arqueado
como
nido indefenso de derrotas latentes,
mejor
será secar ese volcán ahogado
de llorar
para adentro con lágrimas de fuego...
Acógelo
en tus brazos, agacha tu mirada
y ayúdale, sin prisas, a levantar la
suya.
Su
elegancia se desliza como un gigante sutil, rompiendo a pedazos las estatuas,
derribando muros invisibles y sembrando en las almas el análisis necesario para
crecer en plena simbiosis con el poema, que es poesía como vínculo
imprescindible del hombre con el hombre, del hombre con la naturaleza, de
hombre con la nada, y con el todo, en esa realidad permanente en la que
intentamos sobrevivir.
Todo es ya en su nada.
Presiento que el poeta no cesa en la
búsqueda de sí mismo, del mundo en el mundo, de los porqués que jamás tendrán
respuestas, innecesarias cuando uno se responde a sí mismo.
Dios se hizo verbo.
Y el Verbo, Nombre.
Y el Nombre, Hombre.
Y el Hombre, Verso.
Y el Verso, Mundo.
Y el Mundo, Infierno.
La
lucidez que agrieta las heridas del analizador ante realidades, aunque aún no
siente que estemos del todo perdidos en medio de la pérdida.
La
belleza de la naturaleza, lo esencial, él lo sabe, lo declama, precisamente en
lo esencial está la esperanza.
El
amor, la mano tendida, la generosidad. El animal tibio en conjunción con el
árbol, con la luz, con la rama incesante en su crecimiento para hacer nido al
pájaro que la habitará, es ahí donde se percibe el susurro de los dioses, el
latido del universo con el que se presume parte y enemigo, imprescindible y
completamente prescindible, en la ambigüedad de la cordura que asume que el
hombre no es más que eso, el humano que llueve su prepotencia sobre todas las
cosas.
¡Ay, Tierra!
En
ti se dan los sueños,
en
ti se dio la mente.
¡Qué
maldición tan grande!,
¡qué
bendición tan pura!
Y acaba el poema…
En ti
estamos todos y de mí te alimentas.
La vida se alimenta de la vida y en la vida nos
preparamos para la muerte, morimos a cada instante. La muerte es nuestra
compañera inseparable de la vida, que no es más que eso, la preparación cómoda
o incómoda hacía la muerte.
Es una constante, la muerte late incesablemente a
nuestra vera, no convivimos solamente con nosotros mismos y nuestros abismos,
ella siempre luce a nuestro alrededor como una sombra a la que terminaremos
besando en la boca, pero mientras tanto debemos en la consciencia de ella,
obviarla, ganando batallas, sobreviviendo.
Ese es el mensaje trágico a la vez que
tranquilizador, porque la muerte espera tranquila y paciente el beso….
Me
quejo de los hombres
que,
al mirarse en espejos,
ven
al hombre indefenso.
¡He
roto tantas lunas pasando por delante…!
Cada
vez que lo hago más condeno a mi cuerpo.
El
peso de mi odio
es
un amor tan fuerte
que
me ahoga a mí mismo; si respiro
no
es aire lo que a mi pecho llega:
son
gritos de sudor, paciencia y hambre... Y
por eso
lloro mi vida.
Y me
muero...
Es
mi muerte quien sella mis actos.
El
universo como administrador cósmico, como grandeza generosa, contribuidora de
fuente y vida. El universo cambiante y progresivo, perceptor de sensaciones y circunstancias
que cambian el paisaje continuamente cuando la rotación de nuestros propios
planetas es única en cada uno, en un mundo de caos donde "la
pachamama" diosa madre de pueblos
precolombinos, late dentro, como un corazón anexo al corazón, en la ceguera y
el reencuentro, en la intención y la evidencia.
La vida es corta,
el
mundo crece...
Hombres,
pensad de niños.
Niños,
seguid jugando,
nunca penséis.
En
la conspiración eterna entre las órbitas. En la dualidad de resistirse a morir
o de soñar que somos un momento.
Pero el hombre es indómito, y
cultiva la muerte
como divertimento, y ambiciona
poder,
y acumula una historia sin salir
de la histeria
de no saber vivir en paz consigo
mismo.
Tal vez, por eso, amigos,
escribimos historias,
historias de la histeria como
divertimento.
Desde que el hombre obtuvo su
uso de razón,
el hombre ya no siente ni
escrúpulos ni dicha.
Mató a su niño, y punto. Después
que ya enterró
su muerte en sus adentros,
después de superar
su vida sin amor, ya todo fue
más fácil...
Inventamos las guerras y la
ambición y el hambre.
Éstas, insuperadas; aquellas
superables
La
belleza fragua, hace uno a cada estrella con el yo mismo. Da pie, razones para
construir, nos da agua para interrumpirnos en la poesía y dejarnos llevar,
bebiendo como alimento único, a veces, cuando vivir no es suficiente.
La
belleza es la amante que nos sostiene y nos regala la manera perfecta de fundir
entendimiento, lógica y sueño.
Es
beso,
un
verso,
ver
eso
uno
que
no es
y
es
el Universo.
Morimos cada día, matamos cada día,
asumimos con cotidianidad cada pequeña muerte.
Pero
el hombre es así
El
hombre deja la paz en la montaña
y vuelve
solo.
En
la ciudad le esperan el grifo y el reloj,
el
miedo y la mirada.
Es
probable que vea
un
sueño en la ventana de un edificio viejo
secando
su
misteriosa lluvia
al sol
emparedado de la calle.
Es
posible que encuentre una amistad cansada,
como
si alguien muriera en sus adentros.
Pero
el hombre es así: De piedra lleva oculto,
detrás de cada olvido, un cementerio
propio.
Universo sin
paz, sin el pan necesario para desfallecer, en la búsqueda interminable de una
estrella que nos salve y nos dé la razón y el equilibrio. Esa paz necesaria que
es tan esquiva y a la vez tan vital, en la propia quimera de su existencia. El
hombre como cargador de la única salida, la esperanza que persiste,
consistente, como ceguera oculta tras los ojos.
Nadie podrá vencer la paz del todo... Aunque quiera beberse
la mar de un solo trago, aunque quiera quemar la vida de los bosques.
¿Queréis que cante el hombre a nuestro hombre?: el que exige
justicia y no la cumple, el que no grita pan para no dar un trozo, el que sueña
despierto por temor a la muerte, el que duerme sin sueños por temor a la
vida... ¿Y el hombre está pensando en ser feliz…?
Sintámonos los dueños de un mundo
colmado de apariencias. Sintámonos partícipes de un mundo roto por los codos y
a punto de estallar por todas partes. Aunque, mejor, esperar de vacío; por si,
acaso, el destino y el hombre se cargan de verdad
Siempre la esperanza golpeando la incertidumbre, cuando el amor es
balsa donde navegar a ratos que no se acaben nunca.
Que no falte el amor, ruega el poeta, el amor, es el verdadero universo único.
Siempre las estrellas envueltas en lo humano…, el mar, la tierra
como vehículo hasta los cuerpos amantes en su derrochar vida en cada fusión de
almas, con lo sencillo de amarse y los cósmico que se presiente al goce.
Vuelcas, cuando sonríes, el mundo por tu aliento y en tu
semblante asomas los parajes recónditos de la mar, de la tierra. Sea contigo lo
blanco, lo esencial, lo sencillo.
Para verte completa, he de cerrar los ojos y encender la alegría
de tenerte; tan cerca y tan distante, tan confusa y tan clara, como mi alma
toda. Abrazando tu cuerpo, anillo tu melisma; entonces, bebo el sorbo diario de
agonía y lo convierto en polen.
Prolongado
en tu entraña, es el único instante que no cabe en mis días, ni en la luz de tu
noche, ni en las simas conjuntas de las aguas océanas.
Juan Antonio Guzmán, concluye. La belleza, el
amor, la paz lo tranquiliza dentro de su propio debacle.
Encontrarás
la verdad cuando se agoten los errores más cercanos a ella. Aquí está, cubierta
de patrañas, necedades y cierto miedo a descubrirla. Porque lo evidente nos
obliga, nos conduce, nos absorbe, nos libera sin acto voluntario, y la soberbia
fomenta una verdad que no es la verdadera, pero sí nuestra, la nuestra. La
verdad está aquí, adosada a la suela de un zapato cual chicle lastimoso,
amasada con jugo salivar en alimento
No
sé…
Solamente sabemos que no sabemos
nada, o igual sabemos tanto que no queremos saber más de lo que ya es evidente.
Podría haber seguido
hablando durante horas… Da para eso. El verso del Juan Antonio Guzmán se hace
latido en mí, como una ola de espuma en el otoño cuando el frió te cala los
huesos y la generosa ola te cubre con su bruma etérea y verdadera, y te vuelves
espuma tu también, no sabes si te duele o si te abriga, pero te hace vivir y
revivir, y se trata precisamente de no morir viviendo, sino vivir muriendo.
Podría llevarme horas
ahondando en las conclusiones y los sentires del poeta, recreándome en la
belleza de sus tantas frases penetrantes y mágicas, pero termino con una frase
elegida entre tantos escritores, por el mismo.
George
Steiner: «Hablar desde el silencio de la creación es peligroso. Hablar con el
máximo vigor de la palabra, como lo hacen los poetas, lo es más todavía».
Y yo añado, que me enamoro
de la frases, cito una que me ha encantado.
Hay mares de ginebra en los
estanques.
Juan
Antonio no le hado ese contexto, pero esta frase me dice que
aún nos queda esperanza, si de
verdad surgiera la ginebra de los mares, y nos sintiéramos ebrios de naturaleza
en la consciencia cósmica de que todos somos todo y nada.
ANA
DEACRACIA