...Emborrachó mi infancia con olores,
sabores y recuerdos perdidos
en los jardines secretos de mi alma...
Javier
Sánchez Duran recuerda vivir en un jardín.
Esta
frase está dedicado a su tío Juan, su padre en su primera infancia, cuando su corazón se hizo pueblo.
Sin
embargo yo presiento una infancia navegando en su mar de ausencias, quizás sin
él ser del todo consciente del peso tremendo de las ausencias en la que nace
ya; soñante de su pecho de luna, los
besos de su madre.
Es
esta sensación la que extraigo de su poemario, la ausencia como sentimiento
predominante, como un latir profundo, mientras él se debate en un acumular nostalgias,
por no mirar al fondo vacío que pudo provocar el exilio del mayor sentimiento.
Murmuran canciones
que tú me cantabas
cuando yo era promesa
en tu vientre de nieve.
Nunca
disfrutó del arrope extraordinario de una nana en la noche, de un cariño con
ternura infinita, esa que ronda como una hada en cada poema, como un perfume a
campo de ropas amarillas, cuando el
viento mesa suave la larga cabellera de los alisos.
Javier
deja estructura de naturaleza en cada página, como un arquitecto de lo
interior, del cálido sabor que esconde un
puente viejo, al que abraza la yedra, se arropa con el entorno al que da
entidad y se enamora. Eso hace un alma sensible. La belleza como premisa para
sobrevivir, lo natural como estandarte y bandera.
Javier
nos abraza y nos mima, es ese profesor que quiere al hijo que vislumbra en cada
alumno. Su poema es coherencia y recato, con ese saber organizar secuelas y
envites, amor y sentimientos, como el mejor transmisor del mundo, el buen
maestro que ama con total devoción su trabajo y su vida.
El
poemario es Javier en esencia y sin mácula, libre de todo subterfugio.
El
poemario es un latido caluroso en la bienvenida del mejor verano cuando afuera
hace frío.
Javier
nos ofrece el arrope que le ha ido robando las agujas del tiempo, cansado de
tanto expolio, él se revierte en afecto, trueca dolor, ausencia, y añoranza, mirando
de frente la felicidad de la que ha sido portador y la acumula a raudales en el
claro valle de sus ojos, no puede ocultar que en su mirada se mece el vino, la
siembra, el beso, el sueño cumplido de una vida plena, y entonces las briznas
le preceden por todas partes, y tatúa la frase que te deja prendida, a punto de
ser alma, para besar el alma de quien le lee y le disfruta.
Javier
es la ternura en palabras mayúsculas, no quiere frases mal sonantes que te
duela al oírlas, por muy duro que sea el mensaje del poema, por muy lúcido que
se exprese, siempre lo hace con palabras cómodas y agradables, con música de
agua y ecos de su sierra encantada, fotograma de su mundo interior, su mar y su
sierra, su playa y su huerta, su espuma de olas besando las hojas nuevas y el canto de los mirlos que juegan en la primavera
cuando revienta mayo.
El
autor de este poemario es la normalidad del tiempo que encamina los pasos del
poeta y se hace rima al paso de los años, sabiéndose no inmune al delicado
devenir, y llenando sus alforjas de la
plenitud del tiempo y del espacio que le ofrece la vida, para no llegar a
término sin haber sentido la belleza, lo suficiente.
Javier
en sí, es poema.