(Poemario A PUNTO de publicarse)
POLVO
El evangelio urbano según la Cinti
Augusto Thassio S. Gómez de los Infantes
...Esquivo las manadas
de
cabrones sumisos,
vitoreo
la bravura
de
motores rugientes
y
pongo banderillas
a
los paso de cebra...
…
...Los
hijos que no tuve
me
tiran de las ropas
se
me agarran del cuello
procurando
caricias
que
ahogué entre las aguas
estancadas
del miedo...
…
Hacía
tiempo que Cinta había muerto, mucho antes de su miedo, de su rabia, de su
delincuente manera de morirse, poco a poco, como se deteriora una flor en solo
una primavera, con esa lentitud urgente y lógica, cuando cada día se pronuncia
una muerte, una huída distinta y miserable, en la visibilidad de su
entrepierna, de su muslo, por los caminos abiertos de su piel y a
los ojos de aquellos que nunca la miraron.
Augusto
Thassio disecciona el camino hasta hacerse arteria putrefacta, el olor nos
mancha hasta los huesos. El poeta continua escarbando en las heridas que
salpican palabras malsonantes, rimas pintadas de la cruda realidad cuando el dolor,
el miedo, no encuentra ya lugar en el pecho, ni la lágrima. Cuando el alma se
vuelve sólo coño entre las piernas a la vista del mundo y sus secuaces.
Tremenda
manera de vaciar un cadáver. Intensa autopsia de una mujer expulsada del trozo
de paraíso que a todos nos pertenece, y expuesta al cadalso cotidiano de las
calles, entre semáforos naturales, donde la humanidad no encontraba hueco ni
soltura, entre secuencias mundanas, exigibles al latir de un ciudadano
cualquiera. Ella no lo era, sin derechos, muerta, mientras el rojo de su sangre se iba
volviendo negro y el aire nunca fue aire, más que viciado elemento para seguir
su ruta hasta el ataúd que le imponía cada paseante.
Nunca
una sábana se volvió tan urgente como en este poemario, donde el lupanar lo
lleva a cuestas la protagonista, en los hombros. El pánico es vivir, seguir latiendo, mientras
los ojos se vuelven testigos incapaces de sentirse por dentro.
Valiente
y descarado el poeta, se mimetiza, se inmiscuye en la oscuridad sanguínea, en
el voraz apetito de horas y minutos, mermados de briznas (la muerte llevó
siempre la ventaja) por los territorios opacos por donde viajaba la
protagonista, hasta dormirse un rato en el corazón de la Cinti.
Testigo
único, el autor, de su morir viviendo.
...Cagándome
en la madre
que
parió a medio mundo,
les
grito en desafío que imiten
mi
desgarro de himen.
Y
se unten el dedo con saliva...
El
contador de historias desvergüenza al verso para hacernos partícipes de la
caída al abismo que propone el vicio blanco, suave, atractivo, disfrazado de
paz en la encubierta forma de proponer un secuestro inacabado. Consigue, en su
rima apócrifa, que todos al mismo tiempo seamos la Cinti, cuando la fluidez nos
convierte en secuestrados anónimos del blanco poder en forma de Polvo.
...La
Luna está preñada.
Y
yo jodida.
En
las esquinas de los malos ratos...
.
Magnífico,
Augusto Thassio.
Ana
Deacracia.